¡Profetas, profetas...! |
Tengo un amigo que era un pequeño constructor, de esos que tanto te hacen una casa como te arreglan un chalé. Es un gran trabajador, pero ahora, con lo de la crisis, ya no tiene trabajo. ¡Qué cosas! Él, un hombre de acción, que solía ponerse manos a la obra incluso antes de terminar la pequeña “pensada” que toda decisión importante necesita, él, digo, ahora se dedica a meditar. Hace unos días tomé café con él y se me confesó. “Ahora -me dijo- me dedico a la meditación”. Mi amigo quiere saber, claro está, quiénes son los culpables de tanto desaguisado, pero, sobre todo, quiere saber qué nos dicen las estrellas sobre nuestro próximo futuro.
Y mi amigo, que se llama Alberto, no es un caso aislado. Conozco a un vecino, también constructor, que anda igualmente metido a profeta. “Sabes, todo lo que nos cuentan es mentira. No hay exceso de pisos, seguro, eso es una falacia. Déjame que te explique: en España -me dice mi vecino mientras nos dirigimos hacia la puerta del ascensor- se necesita construir 300.000 viviendas al año, eso está claro, y hemos construido 800.000. Demasiadas, vale, pero piensa un momento, cinco millones de nuevos españolitos venidos de afuera… Sólo eso ya son un millón de pisos y, por otra parte, cuántos divorcios crees que ha habido en estos años…, cada divorcio, un piso grande que sobra y dos pequeños que hacen falta. Y luego está lo del euro y los pensionistas europeos que deciden pasarse el invierno en nuestras costas, y eso sin contar…”
De Luis no puedo decir que sea amigo mío, pero sí frecuenta el mismo bar en el que yo me informo de las últimas y más refinadas teorías sobre la crisis. Él trabaja en la Ceca y, aparentemente, sabe; no hace falta escucharlo durante mucho tiempo para advertir con qué soltura maneja palabras como “titulización”, “subprime”, “tóxico”, e, incluso, “ninja” -que, por cierto, manda carallo qué palabrejas inventan- , bueno, a lo que iba, al tío, que habla con voz monocorde en tono de “do menor”, se le nota que sabe. Él cree que los bancos tienen dinero, liquidez: No hay más que comprobar, por ejemplo, la m3 alemana –que, digo yo, debe ser algo así como el total de dinero que circula por allí-. Luis es uno de esos treintañeros trajeados a los que antes llamaban “yuppies” y que ahora no sé cómo se llaman, y al que todo el mundo escucha con atención. Hay dinero, lo que pasa -dice- es que hay miedo; los bancos son como las personas -sigue argumentando- tienen miedo a que con la crisis no les devuelvan lo que han prestado y se guardan el dinero que tienen o lo invierten en otro país por lo que pueda pasar. Y así… pues no hay crédito.
Llegado a este punto dejadme hacer un pequeño paréntesis. La verdad es que hay que estar al día y usar el idioma con propiedad, por eso yo, desde hace unos meses, decidí mantenerme informado. Comencé a leer el NYT, y el WP y, sobre todo, el WSJ. Servir, bueno, no te sirve de mucho, pero vas cogiendo onda. Luego, cuando unos días más tarde lees lo mismo en los periódicos españoles, la cosa ya te suena… aunque sigas sin entender. Y yo he encontrado la solución a lo del saber leyendo ese famoso periódico de San Quirico del Vallés que no dejaría de recomendaros si no fuera porque seguro que ya lo conocéis, se llama leopoldoabadia.blogspot.com y, dados los tiempos que corren, o que incluso vuelan, el periódico, que ahora se llama “blog”, es digital. Ahí aprendí yo lo del crédito “ninja”, y por qué el pobre director de la Caja de Ahorros de San Quirico sabía tan poco sobre qué pasaba con el dinero que le confiaban sus paisanos, y otras muchas cosas que ni os cuento pero que también vosotros podréis leer allí.
Bueno, a lo que íbamos, lo de la crisis. Ya sabemos que no hay exceso de pisos construidos y que los problemas de dinero son menores –Luis, el de la Ceca, me explicó que si ese fuera el problema, con una buena imprenta, de esas que fabrican billetes de 500 euros, todo estaría resuelto-. El problema, según Luis, es el miedo. El miedo -dice él- te paraliza, y si te paras pues… adiós, no hay economía que funcione.
Por si acaso no lo he dicho lo diré ahora, el café de nuestro bar es un café “ilustrado”. Yo mismo, desde que, gracias a este café, supe que el problema de la crisis no es real, que todo es cuestión de miedo, me quedé más tranquilo. Uno de los parroquianos lo decía ayer mismo mientras acariciaba su carajillo mañanero: ¡coño, si el problema es de miedo… bebamos hasta que se nos quite! Supongo que los oyentes lo tomarían a broma aunque, a decir verdad, no se crean, muchos se quedaron como pensativos.
Francisco Javier trabaja aquí al lado, en la Torre Picasso. Desde luego yo no lo sé pero debe de tener un buen puesto, y debe saber. Ciertamente es de los que no hablan mucho, aunque cuando dice algo parece atinado; las más de las veces escucha con atención sin molestarse en intervenir y dedicando sólo una suave sonrisa a los comentarios más variopintos. Pero, tras lo del “bebamos hasta que se nos quite el miedo”..., sinceramente, le vi preocupado. A lo mejor, espero equivocarme, él creyó que esa es la decisión que han tomado nuestros queridos dirigentes… pero no, no; no creo que fuera eso. Esta mañana volví a estar con F.J. (lo escribo así por abreviar) y hablamos, casi a solas, durante un buen rato y aprendí un montón de cosas nuevas. Lo peligroso -comentaba él- son los profetas. Tú sabes que en época de crisis aumenta el número de ellos. Ya ocurría lo mismo en la época de Herodes, ¡que hay crisis, pues venga profetas! (yo esto lo corroboro porque lo vi en una película de los Monty Python). Y seguía F.J.: lo difícil es adivinar cuál de esos profetas es el verdadero. Claro, claro –dije yo- y como cada quien se arrima a cada cual… luego vienen las guerras de religión.
La verdad es que la crónica se me torció un poco, porque yo sólo quería haber hablado de profetas. Y quería haber hablado de ellos porque, el otro día, en un café distinto – ahora como tenemos poco qué hacer frecuentamos mucho los cafés- oí algo sobre tipos de profetas. La verdad es que, como yo no pertenecía al corro, no me enteraba mucho de lo que decían. Los más peligrosos -decía uno- son los llamados “minstrel”. Yo afiné el oído pero, ya digo, sin mucho éxito. Luego, ya en mi casa, ¡a por el Google! No me fue fácil aunque, entre lo que encontré y lo que me imaginé, llegué a la conclusión de que tal nombre debía hacer referencia a los profetas palaciegos, vamos, a los similares a aquellos saltimbanquis que amenizaban las comidas de nuestros reyes medievales cantando y dando volteretas. Bueno, no sé si dicho así puede parecer muy despectivo, pero algo así deben ser…, profetas palaciegos, sí.
He meditado mucho sobre esto y, aunque antes nunca me había dado cuenta de ello, ahora pienso que existen, y que son muchos. Están al servicio del señor, conocen sus gustos, sus pasiones, sus necesidades. Se entrenan día a día. Lo hacen bien. Pero son de pago. No son auténticos profetas, de esos que si no aciertan, se mueren de hambre, o ¡zas! los lapidan. Estos comen en ricos cenáculos en los que tratan de difundir sus doctrinas sobre cual será el futuro que nos espera si los remedios no son los aconsejados por sus amos. Pero… ¡hey…, que decía Julio Iglesias, que me estoy pasando!
Falsos profetas... Sí, como ya he dicho, últimamente también yo me dedico a meditar. La verdad es que ahora ya tengo el problema bastante diagnosticado, pero me falta la medicina, y el saber qué va a pasar, qué efectos secundarios va a tener sobre el enfermo. Lamentablemente, no consigo llegar a ninguna conclusión razonable, o al menos vendible, sobre qué medidas podrían ser las mejores para salir de esta “suave ralentización económica” que disfrutamos. Pero ya digo, el problema lo tengo cercado y es cosa de poco tiempo, salvo que alguien se me adelante porque… ¡joder cuántos profetas!
José Cerdeira. Octubre 2008.